domingo, 14 de noviembre de 2010

"SOMOS REALIDAD" - GRUPO MARCHA




EL VALOR DE LA ACEPTACIÓN

Dios me acepta como soy, como yo soy, y no como debería ser. Afirmar esto último es proclamar un mensaje vacío, porque nunca soy como debería ser. Sé que en realidad no sigo un sendero recto. Hay muchas curvas, muchas decisiones equivocadas que en el curso de la vida me han llevado adonde ahora estoy; y la escritura me dice que “el lugar en que estás es tierra sagrada” (Ex 3, 5). Dios sabe mi nombre: “Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuado” (Is 49,16). Dios no puede mirar sus manos sin ver mi nombre. Y mi nombre soy yo. Dios me garantiza que puedo ser yo mismo. San Agustín dice: “Un amigo es aquel que sabe todo acerca de ti y, aun así, te acepta”.

Este es el sueño que todos compartimos: que algún día pueda encontrar a la persona con la cual realmente pueda hablar, que me entienda a mí y lo que digo; alguien que sepa escuchar e incluso oír lo que no se ha dicho y que, por lo tanto, me acepte de verdad. Dios es la realización de este sueño. Él me ama con mis ideales y mis desilusiones, con mis sacrificios y mis gozos, con mis éxitos y mis fracasos. Dios es el fundamento más profundo de mí ser. Una cosa es saber que soy aceptado, y otra muy distinta verificarlo. No basta con haber sido tocado una vez por el amor de Dios. Se necesita más para construir la propia vida sobre ese amor. Hace falta mucho tiempo para creer que Dios me acepta tal como soy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario